Jugando a matar


Resulta difícil entender los grandes contrastes que existen en nuestro mundo. Y siempre los más débiles e indefensos son los que resultan peor parados. En el gran abismo económico y del bienestar que separan a los diferentes países, podemos contemplar que diversas situaciones se dan, a veces tan paradójicas y controvertidas como la vida misma. Los niños que son de por sí la misma inocencia y los más necesitados, se ven inmersos en muy distintas realidades según en que lugar del planeta hayan nacido. Los mismos niños que gozan en nuestra sociedad de todos los privilegios teniendo cubiertas todas sus necesidades, donde están sobradamente reconocidas y apoyadas por todos los ciudadanos. estamentos e instituciones, no tienen el mismo trato en otros lugares y en otros entornos geográficos. Resulta difícil consevir que existan esas situaciones desde nuestra posición cómoda de país desarrollado, donde los niños juegan con trenes y muñecas, con juegos electrónicos y consolas, rodeados de todas nuestra comodidades, prestaciones y servicios sociales. Resulta difícil imaginar que todo esto está ajeno a otros muchos niños, que no tienen lo más básico, donde son utilizados por los adultos, donde se les roba la infancia, donde se les niegan sus derechos de salud y educación, e incluso donde sus primeros juguetes son uniformes de combate y armas de fuego. Los adultos les enseñan el juego de la guerra, el juego real de los enfrentamientos, donde los reclutan y los hacen "soldados" con nueve, diez o doce años. Se le priva de todo y se les suministran pistolas o machetes. Mientras que en piases de Europa se llevan campañas en contra de los juguetes bélicos, en otros lugares los niños conviven a diario con armas reales. La protección al menor, el derecho a ser y desarrollarse como niños quedan por completo ausentes y ajenos a estos pequeños soldados donde el único juego que conocen y les enseña es el de jugar a matar, el tener la cara sucia y mantener los cargadores limpios. El ser capaces de sostener rifles que en algunos casos son más grandes que ellos, llevar los pantalones caidos y las cartucheras subidas. Donde el único abrazo que conocen es el del arma cruzada que llevan en sus pequeñas espaldas.

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